miércoles, 22 de mayo de 2019

La Batalla de Rocroi y los Tercios Españoles


tercios_españoles

Hace 376 años, un 19 de mayo de 1643 tenía lugar la Batalla de Rocroi entre los Tercios Españoles y el ejército francés con balance negativo para los primeros.En Rocroi se presentaron dos poderosos ejércitos. Por un lado, el ejército francés al mando Luis II de Borbón-Condé, Duque de Enghien, compuesto por unos 23.000 soldados y el ejército español a las órdenes del portugués Francisco de Melo, capitán general de los tercios de Flandes, compuesto por aproximadamente 20.000 soldados. La batalla duró aproximadamente seis horas y comenzó al amanecer de aquel día, de aquel 19 de mayo. 

La batalla de Rocroi se ha presentado tradicionalmente como el declive de los Tercios Españoles y de la hegemonía española en Europa, sin embargo, la historia es muy caprichosa y a veces no es necesario agrandar la leyenda negra, sino que basta con analizar los libros y a los autores, y como se mostrará a continuación Rocroi no es el final de los Tercios ni mucho menos de la hegemonía española en Europa. 
Contexto histórico
La batalla de Rocroi no puede ser entendida sin su contexto histórico más cercano, la Guerra de los Ochenta Años (1568-1648). En este sentido, la Monarquía Hispánica todavía mandaba sobre el orbe y no pocos eran los enemigos directos que querían acabar con su hegemonía. La Guerra de los 80 Años en un primer momento se conoció como la guerra de Flandes para los españoles o Guerra de la Independencia para los holandeses. Sin embargo, España luchaba no solo contra las Provincias Unidas de los Países Bajos sino también contra las demás potencias en lo que se conoció como la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) sobre todo contra Francia e Inglaterra y demás naciones que se involucraron viendo una posibilidad de llevarse su trozo del pastel a costa de estas guerras.
Así, España se desangraba en una guerra que parecía infinita mientras los recursos económicos comenzaban a escasear. Ante esta situación, España entró en guerra abierta con Francia en la que su frente principal se trasladó a la frontera entre ambas naciones. Todo ello mientras España sufría la Crisis interna de 1640, que casi le cuesta la desintegración de la Monarquía Hispánica. En este sentido, durante 1640 estallaron sucesivas revueltas en Portugal y Cataluña, propiciadas en gran medida por las medidas político-económicas del Conde-duque de Olivares y que se vio agravada por la intromisión de la Francia del Cardenal Richellieu.
Para desquitarse de la presión francesa sobre los territorios del Franco Condado y Cataluña, España invadió el norte de Francia, junto a la frontera belga, sitiando la ciudad de Rocroi en las Ardenas. Con ello, desplazaría la atención francesa hacia aquella zona, descongestionando la situación que había en España. Esta maniobra había sido probada con anterioridad en 1641, sobre todo en Honnecourt y Lens en las que los galos salieron derrotados. Sin embargo, en esta ocasión, Melo se apresuró demasiado.
Enghien, alertado de las intenciones españolas, se dirigió rápidamente hacia Rocroi para romper su cerco y plantar batalla en campo abierto. Todo ello, mientras Melo y los Tercios esperaban la ayuda de unos 4.000 soldados de Juan de Beck, que, a marchas forzadas, venían desde Luxemburgo. 
LA BATALLA
La maltrecha y ajironada bandera blanca con el aspa roja se mantenía al viento, acribillada a balazos de plomo. Los franceses continuaban su escabechina, pero los españoles respondían vendiendo cara su piel. Era un 19 de mayo de aquel 1943 y los españoles resistían en aquel campo solitario.
Enghien contaba con 16.000 infantes y 7.000 jinetes (unos 23 000 hombres en total), según los autores, aparte de 12 piezas de artillería, mientras que Melo disponía de unos 22.000 hombres y 24 cañones, contando además con el refuerzo de Jean de Beck, que desde Luxemburgo vigilaba la frontera con unos 3.000 infantes (incluido el Tercio de Ávila) y 1.000 jinetes.
En este sentido, los españoles, intuyendo que los franceses irían a socorrer el fortín, formaron de manera clásica, es decir, con la infantería en el centro y la caballería a los lados disponiendo de artillería en el frente. No fue así, sin embargo, ya que los franceses, contra todo pronóstico, presentaron batalla y su disposición fue la misma que la de los españoles.
Los franceses se desplegaron con dos líneas de infantería en el centro, la caballería en cada lado de la infantería protegiendo los flancos, mientras disponían de una línea de artillería al frente. En el centro se ubicaba L´Hopital y comandando los flancos La Ferté por el izquierdo y Gassion por el derecho, mientras el marqués de Sirot aguardaba en la retaguardia.
En el bando imperial, los tercios españoles estaban en vanguardia, en primera línea de fuego, todo un privilegio que era codiciado por los españoles por ser estos tropas de elite. Tras ellos, los tercios italianos mientras que en la retaguardia se situaban los valones y alemanes, al mando del conde Paul-Bernard de Fontaine (general de 66 años al servicio de España). La distribución de la caballería se situaba también a ambos lados de la infantería. Así el ala derecha era dirigida por el conde de Isenburg mientras que la izquierda por el duque de Alburquerque. También delante de todos se situaba la artillería.
Durante los días anteriores a la batalla ambos ejércitos se situaban muy próximos. Sin embargo, según las crónicas, un desertor, quizá de origen francés, avisaría a Enghien sobre la inminente llegada de refuerzos españoles que dirigía Jean de Beck. Este hecho, provocaría que los franceses de madrugada, el 19 de mayo, atacasen a los españoles.
El cuadro español carecía de un orden disciplinado, como se ha visto otras veces, y esto fue aprovechado por Enghien que dispondrá el grueso de su caballería en el flanco izquierdo para envolver a las tropas españolas.
A pesar de ello, los franceses moverían ficha primero. El comienzo francés fue bastante deficiente pues al mismo tiempo se mandaron dos cargas de caballería francesa contra los flancos enemigos. Estas, fueron rechazadas por los españoles en ambas ocasiones y quedó bastante dañada. Tras ello, la caballería española se replegó, llegando a la primera línea francesa y consiguió capturar algún cañón enemigo. Aquí, relatan los autores que Melo perdió una gran oportunidad pues tras esta acción se podría haber decidido la batalla del lado español, sin embargo, Melo no envió a la infantería.
Por ello, Enghien consiguió reorganizarse y volvió a enviar a la caballería. Esta vez sí logró poner en retirada a los españoles. Con esta acción, se aniquiló a medio millar de arcabuceros que se situaban en un pequeño bosque. Estos fueron envueltos por el ataque francés de la caballería. Nuevamente, Fontaine ordenó que la infantería imperial mantuviera sus posiciones.
La caballería de Alburquerque logró avanzar y tuvo a un palmo a la artillería francesa en dos ocasiones. Lamentablemente, los jinetes de Gassion fueron ganando terreno y los de Alburquerque se vieron obligados a batirse en una desordenada retirada. Tras ello, los franceses chocarían con la infantería española que aguardaba en la vanguardia de ese flanco. Según los autores, aquí sucederá un terrible y sangriento combate, en el que perdieron la vida el conde de Fontaine y los comandantes de Tercio, el Conde de Villalba y Antonio de Velandia.
Melo, viendo el peligro, intentó reagrupar a la caballería del flanco izquierdo y a duras penas lo consiguió, pues esta se rehízo y cargó nuevamente contra los franceses. A pesar del esfuerzo, los franceses mandaron a la infantería en ayuda de su caballería y los de Alburquerque se tuvieron que dispersar otra vez.
Tras ello, los franceses cargarían acto seguido contra los tercios alemanes y valones que, al carecer de caballería que les apoyase, sufrieron grandes pérdidas.
La Ferté, por otro lado, desviaba su ala izquierda para evitar el barrizal y un pequeño lago, mientras se exponía a la caballería imperial de Isenburg, quien evidentemente aprovechó la ocasión y aplastó a la caballería de La Ferté, que aparte de recibir tres balazos cayó prisionero. Tras esto, la caballería de Isenburg siguió avanzando hasta la artillería francesa, la cual fue capturada. A pesar de todo, los españoles continuaban disparando con su artillería, 24 cañones, mientras los franceses carecían de ella.
Sin embargo, la batalla rápidamente cambiará de signo y la balanza se inclinará del lado francés. En este aspecto, Enghien toma el resto de la caballería francesa y atraviesa el centro del ejército de Francisco de Melo. Con ello, consiguió separar, por un lado, a la infantería de la caballería a la par que derrotaba a la caballería de Isenburg. 
Con esta acción, los tercios italianos comenzaron a retirarse, mientras los refuerzos no llegaban. La orden de Melo fue contundente, resistir. Pues aún mantenía la esperanza de que la infantería de refuerzo acudiera en seguida.
Mientras este caótico combate tomaba forma, los soldados de los cinco tercios españoles se reagruparon con la idea de no ceder ni un paso de terreno. Formaron un gran rectángulo de picas y consiguieron rechazar al enemigo durante las primeras cargas francesas. Cabe decir que estas dos primeras cargas de la caballería francesa fueron un contundente desastre que casi le cuesta la vida a Enghien. Sin embargo, los españoles se quedaron sin pólvora y en la tercera carga, los franceses lo percibieron. Los tercios, aun así, aguantaron otras tres cargas sucesivas, a pesar de que la caballería había abierto varias brechas en aquel cuadro de picas españolas.  La infantería francesa se aproximaba y había conseguido recuperar algún cañón. La situación era insostenible para los españoles, quienes resistían como jabatos sin ceder apenas nada.  Apenas quedaban dos tercios que recibían retales de los demás. Estaban maltrechos y moribundos, pero tras rechazar varias rendiciones honrosas seguían en pie. Según los expertos, se intentó negociar rendiciones honrosas con términos muy ventajosos para los españoles, un intento conveniente ya que los franceses temían la llegada de Beck.
La resistencia se mantendría durante un tiempo hasta que no quedó más remedio que aceptar la capitulación. Se acordó que aquellas “murallas humanas” que habían resistido con uñas y dientes salieran en libertad con sus banderas desplegadas y conservando sus armas.
Melo sobrevivió con apenas 3.000 infantes ya que unos 5.000 yacían muertos sobre aquellos campos de Rocroi, siendo la mitad de ellos españoles, mientras el resto había desertado o se encontraba prisionero. Además, se perdieron los 24 cañones y la tesorería del ejército que muchos autores cifran en 40.000 escudos. Sin embargo, no todo queda ahí. Las cifras de los franceses son también espeluznantes dejando unos 4.000 muertos. Esta batalla le costaría a Enghien algo más de un mes para poder recuperarse militarmente.
Tras Rocroi, España comienza a dar síntomas de debilidad, aunque sin embargo continuará firme hasta 1.700. Tristemente en Rocroi se perdió el grueso de la fuerza especial y veterana, los Tercios Viejos.
Repercusiones
La repercusión de esta derrota se debe a la historiografía extranjera, sobre todo a la francesa. Pues se ha venido afirmando que Rocroi marca el inicio del declive español y, sin embargo, no fue así. Los tercios aún mantuvieron un alto grado de eficacia y su aportación militar en las campañas contra Francia proporcionó algunas victorias significativas, como la de Valenciennes. Habría que situar el declive militar español en la batalla de Las Dunas en torno a 1658.
No hay que restar protagonismo a los tercios españoles en Rocroi ya que defendieron el terreno a muerte, cada palmo y cada centímetro mientras causaron unas 4.000 bajas a los franceses. Sin embargo, la historia, nuevamente caprichosa se ha cebado con nuestros hombres quitándoles protagonismo y eficacia en esta batalla y no fue así. Cierto es que la aureola de invencibilidad de los tercios ya no era la misma y que Francia comenzaba a abrirse paso en aquella Europa española.
Mientras Francia tomaba protagonismo con Luis XIV, España decaía en todos los frentes, y es por ello, quizá, que se haya tomado Rocroi en 1643 como el punto de inflexión en la historia de la Monarquía Hispánica y de los tercios. Aunque estos todavía darían mucho que hablar, sobre todo contra Francia a la que derrotan en Tuttlingen a finales de este mismo año. Sin embargo, Rocroi sirvió también para que España reconociese la Independencia de Holanda unos años más tarde.
La derrota de Rocroi se explica también por la crisis por la que atravesaba España en aquel momento, crisis internas, independencia de Portugal, guerra contra Holanda y Francia… El comercio en América comienza a ser explotado por Francia, Inglaterra y Holanda y España entra sucesivas bancarrotas. Además, Melo no calculó la repercusión de la batalla y no espero los refuerzos de Beck que venían de camino, mientras los franceses habían asimilado la forma de combate español y les hacían frente. Tampoco se fortificaron las zonas para poder retirarse ni se cubrieron los flancos por los que podrían atacar los franceses. Un error en el exceso de confianza que les costó la derrota frente al ejército francés que quedó boquiabierto mientras temblaba ante la defensa española.
Si te gustó la entrada, puedes suscribirte, darle "me gusta" o "compartir". Gracias.

BIBLIOGRAFIA
ESPARZA, JOSE J., Tercios, La esfera de los libros, Madrid, 2017, pp. 331-338
VILLEGAS GONZALEZ, A., Hierro y plomo, glyphos, Valladolid, 2014, pp. 141-143
VV. AA., Grandes batallas españolas, Tikal, Madrid, 2013, pp. 141-145
VV. AA., Los Tercios saben morir, Ediciones Hoplon, Alicante, 2015, pp. 83-96
PELICULAS
DIAZ YANES, A. (Dir.), Alatriste, 20th Century Fox, 2006

Fuerteventura, 22 de Mayo de 2019

miércoles, 2 de enero de 2019

Guerra Civil Española, tregua de Navidad de 1936 en el monte Kalamua


Tregua Navidad Guerra Civil
La cantimplora, corre de mano en mano, entre requetés y milicianos – Foto Goñi

Hace ya tres años que escribí “Tregua de Navidad en la Primera Guerra Mundial¨, https://loscuadernosdehistoria.blogspot.com/2015/12/tregua-espontanea-en-el-frente.html . Un relato conmovedor, pero con protagonistas foráneos. Estos últimos años he buscado información sobre algún suceso similar ocurrido en nuestras fronteras y, después de mucho buscar, llegó a mis manos este maravilloso relato.

Aquel día nadie quería disparar sus armas en el monte Kalamua. Era Nochebuena y la nostalgia de casa, del pavo y el turrón, se había apoderado tanto de los milicianos apostados en su avanzadilla, como de los requetés que mantenían sus posiciones a apenas unos metros. Estaban tan cerca que los primeros veían sobre los sacos de arena los puntos rojos de las boinas carlistas. En este escenario fronterizo entre Vizcaya y Guipúzcoa se libraron cruentos combates durante la Guerra Civil, pero el 24 de diciembre de 1936 se vivió una escena que, en palabras de un testigo y protagonista del insólito encuentro, ya hubieran querido imaginar en Hollywood.
«A la mitad justa de los parapetos se encuentran los dos grupos. Milicianos y requetés se dan la mano y como si cambiaran ramos de flores en un torneo deportivo se han cruzado los periódicos. De los parapetos se vigilaba esta “operación” con emoción y curiosidad. Solamente en este intenso momento se ha dejado oír el ralenti de mi “Kodak” que traslada al celuloide una escena que hubieran envidiado los más sagaces productores americanos. Los cañones de las ametralladoras y de los fusiles han sacado sus ojos para contemplar también, en el mayor silencio, esta cordial coyuntura en el día de la Nochebuena, solemnizada con este motivo en los campos de batalla», escribió el socialista pamplonés José Goñi Urriza.
La fría mañana de diciembre se había desperezado con sol y cierta pereza en el «trabajo», según describió Goñi en el semanario socialista «La lucha de clases». Alguien gritó «no disparéis» y por unos momentos se respiró un aire de libertad. Los combatientes de uno y otro lado levantaron sus cabezas por encima de los parapetos y se sucedieron los diálogos de trinchera a trinchera en tono amistoso. Como muestra de confianza, los requetés se sentaron encima de sus defensas. Los milicianos les imitaron. Se alcanzó una cierta familiaridad, que una densa cortina de niebla al poco resquebrajó.
Con la falta de visibilidad, renació la desconfianza y de nuevo, unos y otros se resguardaron tras sus parapetos, con el fusil en el brazo, hasta que, a media mañana, las ráfagas de sol se abrieron paso entre la niebla. De nuevo frente a frente, Goñi rompió el silencio:
-«Requetéeeees…
-Quéeee…
-¿Hay algún navarro?
-Sí, casi todos
-¿Y alguno de Pamplona?
-Sí, muchos
-Os habla Goñi
-¿Quién, Pepe?
-Sí
-Aquí hay unos que te conocen».
Así comenzó una «interminable» conversación. Los milicianos ofrecieron a los requetés intercambiar sus periódicos. Tras unos momentos de vacilación, éstos contestaron que aún no habían recibido los suyos. Mientras seguían las conversaciones, dos requetés saltaron de pronto de sus parapetos y otros dos milicianos salieron de los suyos. También Goñi, que no pudo contener la curiosidad, saltó tras ellos.
Del insólito encuentro sacó al menos tres fotografías que salieron publicadas junto a su reportaje el 26 de diciembre. En ellas se ve a un grupo de requetés del Tercio de Lácar posando en la cumbre del Kalamua y entre ellos a los milicianos que salieron para canjear la prensa. O compartiendo el vino navarro de una cantimplora.
Varios de los requetés conocían a Goñi de Pamplona. «Allí todos nos mirábamos con recelo. Aquí, sin embargo, con los misiles preparados en cada uno de los parapetos, a treinta metros de donde nos hallamos, parece que estamos más tranquilos», escribió antes de describir a grandes rasgos sus conversaciones. Hablaron de Navarra, de la muerte de compañeros de Goñi y de la situación de Bilbao, constatando que las versiones sobre el avance de la guerra eran muy distinta en cada bando:
-«Aquí se dice que queríais un arreglo los rojos»
-«¿Nosotros? No, hombre, no. Esas son patrañas de Italia y Alemania que no saben cómo salir del atolladero en que se han metido. Nuestro Ejército está más fuerte y mejor pertrechado que nunca y dispuesto a daros una rotunda paliza el día menos pensado.»
Entre los requetés había algunos que iban a volver a Pamplona y que se ofrecieron a llevar una carta a la madre de Goñi, que él escribió enseguida para entregársela. Echaron un trago de vino, le obsequiaron con un puro y cambiaron cigarrillos.
Sin darse apenas cuenta, Goñi se encontró en un grupo de entre unos veinte requetés, a un paso de sus posiciones. «¡Y pensar que en Pamplona me hubieran fusilado como a un perro!», pensó este miliciano socialista achacando la ideología de estos muchachos del campo, a haber nacido en pueblos de solera carlista «donde merced a la intransigencia de los caciques carlistas y a la imbecilidad de gobernadores republicanos era casi imposible dejar oír la voz de nuestras ideas».
«A estos rapaces no tengo el menor inconveniente en estrecharles la mano en un “alto el fuego” en las trincheras», confesó en su escrito.
A mediodía, tras «un gran rato» juntos, milicianos y requetés regresaron a sus posiciones. En su despedida, «cordial como la de ellos», Goñi les aconsejó leer y meditar el discurso del presidente del Gobierno vasco, apelando a las creencias religiosas que compartían.
«Lentamente se alejan los requetés. Al verlos marchar se agolpan muchas ideas en mi cerebro. Tantas que para no armarme un lío sentimental, a cuenta de las crueldades de la guerra, acelero el paso para devorar la comida que, humeante y suculenta, me aguarda al otro lado de nuestras trincheras», concluyó el pamplonés que en 1937 fue designado secretario general de Industria del Gobierno provisional vasco.
El navarro Salvador Leyún fue uno de los voluntarios del Tercio de Lácar que fue testigo del intercambio en Kalamua. Tenía entonces 19 años y aquella escena se le quedó grabada para siempre en su memoria. Tanto, que medio siglo después se la relató al escritor Pablo Larraz para el libro sobre « Requetés» que escribió junto a Víctor Sierra-Sesúmaga, como uno de los «casos curiosos» que le tocó vivir durante la campaña de Guipúzcoa:
«Resultó que nuestro capitán, Ureta, que estaba más loco que una cabra, era muy amigo del capitán que estaba en el otro lado, de apellido Centeno, ya que los dos habían estado en la misma academia. Estando de posición en Kalamua empezaron a hablarse: “Centeno, oye, ¿qué tal si hacemos una cosa en esta tarde? Mira, vamos a proponer a los chicos sentarse en el parapeto, y yo respondo de que los míos no van a tirar un tiro, y hacemos intercambio de prensa”. El de los rojos aceptó, así que Ureta nos mandó: “Todos en el parapeto“. Y ellos hicieron lo mismo. “Ahora que salgan a mitad del camino cinco voluntarios de cada lado“, y salieron».
Leyún contaba que «se intercambiaron la prensa, echaron unos tragos de vino de una bota que llevaban unos y después de la de los otros».
«A mí aquello no me parecía bien, era un disparate, media hora después podíamos estar matándonos y esas cosas creaban desánimo y desconcierto entre la gente», confesaba el voluntario carlista, que le dijo a Ureta: «Mi capitán, después de esto, ¿no sería mejor que dejásemos esto y nos marcháramos todos, ellos y nosotros, cada uno a su casa?».
«Y me contestó: «pues sí, sería mejor… pero es que estamos en guerra».
Si te gustó la entrada, puedes suscribirte, darle "me gusta" o "compartir". Gracias.
Fuerteventura, 24 de Diciembre de 2018