Cuatro días después de la batalla de Trafalgar, llegaba a Cádiz el Almirante francés François Étienne Rosily, que había sido mandado por Napoleón a España para sustituir a Villeneuve al mando de la escuadra combinada. Tras la trágica batalla de Trafalgar solo permanecieron en la bahía de Cádiz con bandera francesa 5 navíos de líneas y una fragata: Heros, Algesiras, Pluton, Argonaute y Neptune y la fragata Cornelie. Siendo pertrechados con los escasos medios de que disponía el Arsenal de La Carraca, para salir a la mar cuando fuera posible. Por otro lado, la escuadra española se encontraba diezmada, el estado de las tripulaciones era lamentable y sin haber recibido paga durante meses. Al mando de esta escuadra estaba Don Juan Ruiz de Apodaca.
Los franceses (aun como
aliados), era imposible que abandonaran la bahía de Cádiz, debido al bloqueo
inglés del Almirante Purvis con sus 12 navíos. Obligando a la flota de Rosily a
permanecer refugiados en la bahía durante 3 años. Rosily, desde el mes de
febrero de 1808, con la entrada del ejército napoleónico, supuestamente para
invadir Portugal, estaba al tanto de las delicadas relaciones con los
españoles, previniendo a su escuadra intercalando los navíos españoles con los franceses.
Un acierto del Almirante francés, puesto que los posteriores sucesos de Bayona
con la Familia Real Española y la renuncia al trono de Fernando VII, habían
puesto al pueblo español en pie de guerra contra sus antiguos aliados. En Sevilla,
se acababa de constituir la Junta Suprema de España e Indias. Esta nombra como
máxima autoridad militar al general Tomas de Morla en la plaza de Cádiz. Al
tiempo que le mandaba disponer los medios necesarios para que llegado el
momento apresara o destruyera la escuadra francesa. Tras una reunión con las
autoridades el día 30 de mayo, se acordó separar los buques españoles de los
franceses, quedando preparados para el combate, aunque oficialmente todavía no
había ninguna hostilidad por ambas partes.
Los británicos se
ofrecieron a entrar con sus buques en la bahía de Cádiz para ayudar a los
españoles a capturar los buques franceses, a lo que se negó en rotundo Morla,
quien no le hacía gracia que los tradicionales enemigos de siempre se metieran
en las entrañas de la bahía gaditana, con el riesgo de que quedara otro
Gibraltar, así que de manera educada le contestó que: “esto era algo que debían
hacer los españoles”. Los británicos debieron comprender que los españoles,
tras la traición de sus antiguos aliados, tenían una cuenta pendiente. Algo que
por otra parte era cierto. Aunque los británicos dejaron en concepto de
préstamo una cantidad importante de pólvora y munición a los españoles.
Todo esto no pasó
desapercibido a Rosily, quien sólo confiaba en la llegada por tierra de
refuerzos por parte de los imperiales. Es por ello que desde ese momento
intentó por medio de la correspondencia con las Autoridades españolas ir
retrasando el inevitable enfrentamiento. Apodaca fue el encargado de organizar
la fuerza de combate, quedando en total tres divisiones de 15 cañoneras cada
una.
El 6 de junio, el
Presidente Saavedra, a través de la Junta de Sevilla y en nombre de la nación
declara la guerra a Napoleón y se inician hostilidades en diversos puntos de la
península. Mientras en Cádiz se siguen los preparativos para el ataque, Morla
envió una advertencia el 9 de junio a Rosily, instándole a una rendición
incondicional en el plazo de dos horas o de lo contrario: "...soltaré mis
fuegos de bombas y balas rasas (que serán rojas si V.E. se obstina)".
Rosily se negó a rendirse. Así pues, se inició el ataque desde las baterías y
por las fuerzas sutiles (embarcaciones cañoneras). Los franceses estaban bien
situados y lograron rechazar el ataque, que durante cinco horas intentaron
infructuosamente rendirlos. Dejando un balance de 5 muertos y 50 heridos en el
bando español y 12 muertos y 51 heridos en el bando francés.
Rosily intentó ganar
tiempo y alargar la tregua, a la espera de refuerzos, escribiendo varias cartas
a Morla, en las que pedía que dejasen salir a su escuadra bajo promesa de no
ser atacados ni por los españoles ni los británicos. Morla se negó. Rosily al
día siguiente propuso desembarcar el armamento y arriar sus banderas, pero
permitiendo permanecer a bordo. Morla volvió a rechazarlo, indicándole que sólo
aceptaría la rendición sin condiciones. Entre tanto las condiciones de las
fuerzas españolas no eran buenas, ya que faltaba pólvora por lo que no era
posible otro ataque como el del día. Así que se optó por instalar nuevas
baterías simuladas. Y se sumó al combate el navío Argonauta en La Carraca. Todo
una “fachada” por no tener poder de ataque, debido a la falta de pólvora. Para
evitar que los franceses intentasen entrar en el arsenal se bloqueó este con el
hundimiento del navío Miño.
El día 14 de junio se
volvió a intimar a la rendición de la escuadra francesa sin condiciones. Rosily
era sabedor de que no podría resistir mucho tiempo, de modo que durante el
trascurso de la mañana los pabellones franceses fueron sustituidos por los
españoles. En total se entregaron 3.676 prisioneros y un botín de 5 navíos de
línea y una fragata, armados con no menos que 456 cañones, numerosas armas
individuales, gran cantidad de pólvora, municiones y cinco meses de provisiones.
Después de esta notoria
victoria, el Presidente Saavedra, enviaría en nombre de la Junta Suprema de
España e Indias una comisión, de quien el General Morla era la cabeza visible,
hacia Inglaterra para tratar con el gobierno británico. El 4 de julio el gobierno
británico emitió una orden, declarando que todas las hostilidades entre
Inglaterra y España deberían cesar inmediatamente y entrando ambas como aliadas
frente a la Francia de Napoleón. Por otro lado, los prisioneros franceses
fueron recluidos en los navíos desarmados Castilla y Argonauta, habilitados
como pontones para prisioneros. Hubo 35 prisioneros que se alistaron a los
batallones de Marina de la Real Armada, ya que no eran naturales de Francia y
viendo la lúgubre perspectiva de quedarse en un sórdido pontón decidieron
desertar. Hicieron bien, porque luego llegarían los prisioneros de Bailen y los
pontones serían conocidos como las tumbas flotantes, una cuna de enfermedades,
en condiciones infrahumanas.
La Armada Española
incorporaría los barcos apresados a los restos de la Armada Real que había
sobrevivido a la Batalla de Trafalgar y el éxito sirvió como revulsivo elevando
la moral de la resistencia de las fuerzas españolas, en el momento que más era
necesario, justo antes de la decisiva Batalla de Bailén.
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Fuerteventura, 20 de Junio de 2018